Vidas ajenas


13 de Junio de 2011 | Lucía Etxebarria

Vidas ajenas

Soy convencidamente antitaurina. Pero creo en la justicia para todos, toreros incluidos. Por eso me ha escandalizado que tras el accidente de Ortega Cano determinados mamarrachos hayan proclamado a los cuatro vientos que conducía borracho, sin que ninguno haya enseñado un análisis de sangre. Me recuerda demasiado a la tristísima historia de Dolores Vázquez Mosquera, condenada como asesina por un jurado que creyó antes a los medios que a las pruebas.

Esta semana he vivido en mis carnes la máxima (que unos atribuyen a Lenin y otros a Goebbels, lo que prueba que la doblez no tiene signo político) de que una mentira mil veces repetida se convierte en una verdad. No, nunca he criticado a los adoptantes chinos ni he publicado datos falsos para hacerlo, ni tampoco he atacado al matrimonio Vaquerizo (sí al guión de su reality, que no es lo mismo), hayan leído ustedes lo que sea al respecto.

La maledicencia es la hermana tímida de la calumnia. Mientras que gritar en alto la verdad se convierte en la justicia de los valientes, sembrar la mentira no es más que la diversión de los resentidos. El consuelo es que, como bien dicen los árabes, solo se tiran piedras al árbol cargado de frutos.

Desde aquí, pues, le deseo una pronta recuperación a Ortega Cano, felicidad a los Vaquerizo en su (re)matrimonio y una vida personal más rica y trepidante a los que se dedican a difundir bulos, para que no tengan que extraer sus emociones de las vidas ajenas.